jueves, 17 de diciembre de 2009

Amanecer

Me gusta la gente que por la mañana va al trabajo a pie. A pesar de lo que tiene de rutinario, es ese momento del día en el que hay un resorte invisible en el que la ciudad articula todos sus hilos. Es una coreografía precisa de caras familiares, que se ordenan al compás preciso y escalonado de los horarios laborales.

A veces me gusta introducir una nota discordante en esa armonía y madrugo para salir de casa un poco antes. Ante mí encuentro un paisaje inédito, de extraños que coinciden en horarios diferentes, o de otros habituales que dan conmigo antes de lo previsto. Me pregunto si estos últimos se sorprenden, o si a los que no me encuentran les causa extrañeza mi ausencia, al igual que me resulta extraño no cruzarme a diario con la chica del supermercado, el repartidor de la carnicería musulmana, las madres que dejan a los niños en el colegio, los dos señores mayores de paso apresurado que discuten los titulares del periódico, la chica de la cola en el pelo y las botas altas, la de las botas de trabajo, o la otra, inquietante, que siempre lleva gafas de sol para tapar un pequeño defecto en el ojo izquierdo.

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