Me gustan los hoteles porque me siento un desconocido. Un nombre, una reserva, un número de habitación. Asomarme a la ventana de la habitación y ver una ciudad diferente a la mía, ser un extraño, tal vez un extranjero que habla una lengua incomprensible. Me gusta quitarme mi piel diaria y no ser yo, ni siquiera otro, tan sólo nadie. Sacar el vaso de cristal de su bolsa de plástico y colocarlo sin usar junto a lavabo. Dejar las toallas en el suelo, si lo que quiero es que las cambien. Sentarme en el hall y ver a la gente que entra y que sale: familias, parejas, ejecutivos, turistas, ejecutivos con parejas, ejecutivos con familias, viajantes y viajeros... Luego, echo un último vistazo por la ventana y me meto en una cama, de sábanas blancas y frías, en la que nunca he estado.
miércoles, 19 de mayo de 2010
lunes, 10 de mayo de 2010
Globos de colores
Momento naïf, en el que se aglutinan en un racimo los globos con los colores chillones de los dibujos televisivos. Grandes ojos, grandes sonrisas, los gestos más surrealistas de la factoría Disney o del lejano Japón, gruesas líneas negras delimitando las formas estiradas por los creadores. Imposible no posar la vista sobre ellos, agitados por el viento.
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