jueves, 29 de abril de 2010

Libros que no son míos

Siempre quise inventar la historia de aquella mujer, hasta que comprendí lo injusto que podía ser eso. Sólo era un nombre, una ciudad y una fecha en la primera página de un libro: "Mª Pilar, París, 1968". Lo bastante tentador para que la imaginación trazara el retrato su retrato de entonces y no el de ahora.

El libro es un tomo de una antología de poesía francesa ("depuis Baudelaire" especifica la portada) que encontré en un puesto de libros usados en la Calle Moyano y que muchos antes una desconocida había comprado en el legendario París del 68, con sus estudiantes universitarios y sus revueltas de mayo.

Sin embargo, ¿y si la joven estudidante española a la que yo ponía cara e imaginaba comprando ese libro no se parecía en nada a la que había sido, la que en realidad fue? O lo que es peor, ¿y si esa chica se ha convertido ahora en una mujer que contempla sin ningún tipo de nostalgia unas hipotéticas locuras de juventud que yo le quiero atribuir sin conocerla, y que la llevaron a deshacerse de ese libro?

Sería injusto para ella hacer un retrato caprichoso y arbitrario que parte de lo que yo quiera imaginar. Por lo que la historia que puede comenzar de una anotación manuscrita como ésa tendré que guardarla para mí.

Es más, últimamente empiezo a pensar también en lo triste que es que un libro con esa historia termina su viaje en mi estantería.

Galería Pasos y Días.

lunes, 26 de abril de 2010

Ejercicios de ironía (y III)

Ejercicio nº3: Que un libro póstumo de Boris Vian se titule "No quisiera morir".


Galería Pasos y Días.

lunes, 19 de abril de 2010

Ejercicios de ironía (II)

Ejercicio nº2: Que el emblema de un imperio todopoderoso acabe como elemento decorativo en la tapa del alcantarillado.

Galería Pasos y Días.

jueves, 15 de abril de 2010

Ejercicios de ironía (I)

Ejercicio nº1: Que un letrero luminoso pretenda vendernos algo realmente fanta--ic, y en realidad resulte bastante cutre.

lunes, 12 de abril de 2010

Llamada perdida

Me siento decepcionado al no ser capaz de reflejar la inquietud que despierta en mí: una sola instantánea no puede captar el movimiento del cartel luminoso que se enciende y se apaga, se enciende y se apaga, se enciende y se apaga. Un teléfono enorme y bello, con una forma que ya resulta antigua y obsoleta para los teléfonos que conocemos, pero cuya luz intermitente repite en silencio un mensaje: llama, llama, llama. Un reflejo morado como la culpa, que a intervalos nos recuerda esa llamada que todos tenemos clavada camino del estómago. Un familiar, un amigo, una antigua novia... Una llamada que debimos hacer para dar una expliacion, una excusa, disculpar un acto cobarde o una arrogancia impertinente, marcar el número de teléfono y sólo decir: "tenía ganas de escuchar tu voz", "sé que debía haber llamado antes", explicar por qué aquél día hicimos lo que hicimos, dijimos lo que dijimos, nos comportamos de aquella forma que tanto mal nos hizo, que marcó una línea entre ambos, una separación estúpida, enquistada, y por culpa de la cual convertimos en oportunidades perdidas todos los buenos ratos que podíamos haber compartido en este tiempo, todo lo que perdimos por no haber descolgado el teléfono, por no haber visto antes el reclamo luminoso de un locutorio que dice llama, llama, llama.

Galería Pasos y Días.

miércoles, 7 de abril de 2010

Tengo que lavar el coche

Para hacernos los duros y los interesantes, nos reimos de la gente que aprovecha el domingo para ir a lavar el coche y hablamos de ellos como "esa clase de gente que va a lavar el coche los domingos".

Pero entonces llega el día en el que vamos a lavar el coche en domingo, y no nos damos cuenta de que hay alguien en algún lugar que, para hacerse el duro y el interesante, se refiere a nosotros como "esa clase de gente que va a lavar el coche los domingos".

Casi el mismo proceso por el que nuestros ojos se detienen en las necrológicas del periódico, deseando que no nos llegue el momento, aunque sabemos que nadie puede escapar, al igual que todos tenemos que lavar el coche alguna vez, y por lo general en domingo.

lunes, 5 de abril de 2010

Lenguas extrañas

Me gusta leer libros en otros idiomas porque me permiten (al menos por cinco minutos al día) sentirme extraño y extranjero, aunque sólo sea en las arquitecturas mentales que se construyen en otras lenguas, por la sensación de ausencia y ser ajeno que me despiertan las palabras desconocidas, las sintaxis exóticas y las gramáticas complejas que hay que ir descifrando página tras página.