miércoles, 21 de julio de 2010

El silencio de los náufragos

Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.

Federico García Lorca.

Ambas historias no tienen nada que ver, y sin embargo hay mucho en común entre ellas.

La primera me la contó una persona del Servicio de Salvamento Marítimo. Más que una historia es una escena que se repite por desgracia con frecuencia: alguien llama desde Argelia, una mujer a la que un hombre le dejó anotado ese teléfono antes de embarcarse en una patera. La mujer pregunta por la embarcación en la que viajaba su hijo o su marido, que salió hace un par de días, tiempo en el que no ha tenido noticia de ningún tipo. La persona que atiende el teléfono le contesta que no se ha detectado ni rescatado ninguna patera, ni en Murcia ni en Almería. La voz femenina, apenas un susurro, pregunta en ese momento qué ha podido pasar con la patera. "¿Y entonces...?", dice, dejando sin acabar la frase que sigue.

La segunda historia me ocurrió a mí: un día, en la redacción, llegó una señora ya mayor, a la que bastaba un vistazo para situar en ese tipo de mujeres que igual se han deslomado desde niñas recogiendo oliva que fregando escaleras de adulta. Había oído en la radio una noticia sobre las asociaciones que buscan a los familiares desaparecidos en fosas comunes de la Guerra Civil. Nos contó la historia de su hermano, que con 18 años se había montado en un tren con otros cientos de jóvenes camino del frente, para luchar en el bando republicano, y desde entonces no habían sabido nade de él. Su idea era ponerse en contacto con esas asociaciones, porque aunque ella era muy niña y casi no conoció a su hermano, querría encontrarlo. "¿Y a dónde fue su hermano?", pregunté. "A Teruel", contestó la señora. "Allí estaba la guerra, ¿no?".

Aquella escena se me quedó grabada, y sólo al escuchar lo que ocurre con las pateras a las que nadie encuentre se me ha revelado lo que tiene de trágico ese instante de silencio en el que nos guardamos la respuesta que no queremos dar: explicar que la patera fue tragada por el mar, que Teruel vivió algunas de las escenas más crudas de la Guerra Civil y del desastre republicano. Son esas décimas de segundo, en las que el silencio, al mismo tiempo que calla una realidad desagradable, nos asoma a las vidas inocentes que han naufragado durante siglos por culpa de los hombres.

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