Vivió en mi edificio durante un tiempo, aunque nunca la vi en persona. Su presencia sólo era una voz que oía en el patio de luces. Una vez la escuché discutir con un hombre que hablaba en portugués y al que se dirigía como a un reciente amante. Tenía una voz recia y firme, voz de mujer ya madura y acostumbrada a dar órdenes sin que fueran desobedecidas, aunque al mismo tiempo procurara transmitir calma. Tal vez una enfermera, jefa de planta en un hospital, o la responsable de un comedor de educación primaria.
Su inflexión era perfecta y le explicaba al hombre en qué punto se encontraba "su historia" (una historia tal vez más larga, desconocida para mí, que tan sólo vislumbré esta conversación un par de minutos). Me imaginaba esa presencia masculina y apocada ante una mujer con las ideas tan claras, que en ese momento desgranaba con de forma razonada, ajena a lo sentimental, y argumento tras argumento, por qué no podían retomar su relación. Ella le explicaba que ninguno de los dos eran ya niños, que había estado bien, pero que tenían edad y madurez para comprender que lo suyo había acabado hacía tiempo. Ahora, dijo ella, necesitaba estar sola.
Galería Pasos y Días.
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